jueves, 1 de enero de 2015

Morder manzana entre cadáveres

Historia de un frustrado “inspector de viaje”
Morder manzana entre cadáveres
*Nicolás Fernández Motiño

El policía ingresó ágil al bus de las 21:00 del viernes de Trans Copacabana I Men (destino Potosí-La Paz). Esparció una rápida y sospechosa mirada a los pasajeros sentados y eligió: “Ud. –lo miré sorprendido-, será inspector de viaje”. Y ordenó: “anote en este formulario todo lo que dice”. Mirando a todos, exigió: “señores cooperen con el Inspector de viaje”. Antes de desaparecer, se volvió y me dijo: “Ah, un policía en La Paz recibirá el formulario, con su firma”. ¿Eso es todo? Le dije con timidez. –Eso es todo.
No bien se esfumó el policía, un niño casi adolescente ingresó cantando la historia de una madre que dejó para siempre a su pequeño. Para asegurarse también la limosna de los menos sensibleros, ironizó: “señores pasajeros les deseo buen viaje en este precioso bus cama que cuenta con un televisor a color, marca Sony, que no funciona…; y que ustedes podrán verse en el cuerpo de Arnold Schwarzenegger, moverse como Van Dame, pero con la cabeza de mok`onchinche”. Se ganó unos centavos.
Volví a la realidad. ¿Qué era eso de inspector de viaje? Era un nombramiento unilateral del policía de Potosí que decía: “Señor pasajero: con la finalidad de contribuir al control policial y prevenir cualquier situación de riesgo contra su vida y de los demás, es USTED designado INSPECTOR DE VIAJE”.

Angélica y las carreteras del miedo
Aquí, en la nueva terminal de buses potosino, estaba fresca la noticia de la niña Ana Angélica, de nueve añitos, encontrada viva y comiendo una manzana, junto a 23 cadáveres y la chatarra del camión que se embarrancó 250 metros desde el camino de Yungas.
La población, desde las últimas semanas, estuvo sometida a un shock de muertes en carretera. Quince murieron y 33 heridos quedaron en dos accidentes, uno en Bombeo (carretera hacia Cochabamba) y el otro en un barranco de Asunta (Yungas).
El domingo 27 de junio, el ayudante de Trans Uncía tuvo tiempo de advertir a los pasajeros que el bus corría sin control, sobre la carretera de Pongo K´asa (Cochabamba), sin frenos. 28 murieron y 44 heridos contaron la historia. Por el mismo lugar, a principios de año, fallecieron 22 pasajeros y 37 heridos de la flota El Dorado.
El más célebre fue el accidente del viceministro de Interculturalidad y ex asambleísta Miguel Peña Huaji, quien falleció junto a sus tres acompañantes sobre la carretera La Paz – Oruro, el 28 de mayo. Otra alta ex autoridad sobresaliente murió: el ex ministro de la Presidencia José Antonio Galindo, en junio de 2007.
En febrero de este año, el Gobierno nacional estaba enfrentando a los choferes organizados. No bien se dictó el decreto supremo 0420, los transportistas estaban parados. No aceptaban las sanciones ni controles drásticos a fin de disminuir las cifras mortales de las carreteras.
El diario La Prensa publicó que la Comunidad Andina de Naciones identificó a Bolivia como el país con mayor índice de accidentes con relación a los otros países miembros, en el 2009, con 410 por cada cien mil sucesos. Añade: “entre 2000 y 2009, en Bolivia acaecieron más de 273.000 accidentes de tránsito, que dejaron casi 9.500 muertos y 104.167 heridos”. Es decir, 30.000 accidentes por años, 1055 muertos y 11.574 heridos ¡por año! ¡2,8 por día muertos!
El estudio presentado por el Ministerio de Salud y Deportes en 2004 señala que hasta cinco años antes, ocurrían 55 accidentes por día, 2,5 por hora, con un saldo de muertos y personas discapacitadas; atribuible en gran medida a la “imprevisión del conductor”, a la “embriaguez del conductor” y “exceso de velocidad”; y solo un 2,55 a fallas mecánicas.

Solitarios en la carretera
Mi contribución al “control policial” y a la prevención de “riesgos contra la vida de los demás” consistía en marcar el “si” o en el “no” a la lista de 12 preguntas. Para comenzar, debía identificar a la empresa, al chofer, a su relevo y ayudante.
La puerta se abrió abruptamente y apareció el ayudante. Lanzó un bramido y corrió por el pasillo, no sé por qué. De retorno, se detuvo a mi pedido y, contra su voluntad, me contestó sobre el chofer: “Se llama Tomás Tapia” y se esfumó sin dar tiempo a ninguna otra pregunta. El bus ya estaba carreteando.
La burla del niño-adolescente parecía cumplirse dentro de Trans Copacabana I Men, el bus más exclusivo de Potosí, y el más caro: 110 Bolivianos, asiento-cama reclinable, una frazadilla delgada (olorosa), tres televisores (quién sabe de qué marca), baño higiénico (clausurado) y sin calefacción.
La cama cómoda, el televisor difuso y chillón, película de mala calidad (pirata 100%), título infantil para público adulto (las ardillitas no se qué), la frazadilla que no calentaba ni a las pulgas, el ayudante ni preguntó si necesitábamos algo más.
Volvamos al formulario y a mi inesperado cargo de Inspector de Viaje. Como no tenía a donde apoyar para escribir me guarde ello para una mejor oportunidad. Llegamos a Challapata y tomamos un descanso para compensar la falta de baño y combatir el frio con algo caliente.
Los dos choferes y el ayudante ingresaron a la cocina del restaurante de paso para pedir su compensación por los pasajeros que acaban de traer. Muy pocos pedimos un modesto café y uno solo un té con té. A los 15 minutos, ya estuvimos nuevamente carreteando, esta vez sin ninguna película chillona, sólo al son de algún ronquido perdido y a veces sinfónico.
Caí rendido como inspector de viaje. Soñé con frío.
Bramidos impotentes
Nuevamente el bramido del ayudante despertó a todos. “¡quién baja, El Alto!”. Las puertas se abrieron y el frio entró como avalancha, se abrieron las puertezuelas de los buzones. Unos sacaban sus bultos y otros subían con la ropa helada.
Trans Copacabana I Men frenó en la terminal de La Paz a las 05:30 del sábado. El frio era menos intenso que en Potosí o Challapata. Busqué al policía para cumplir con mi deber de inspector de viaje, pero ningún uniformado esperaba, nadie a la vista.
Los diarios, la radio y la televisión de fin de semana no dejaron de dedicar espacios a las declaraciones inflexibles y duras advertencias de los jefes policiales contra las empresas y choferes del transporte público por provocar desgracias.
Mientras tanto, en la comodidad de la casa, respondí el informe del inspector de viaje sobre mi contribución al negligente “control policial” y olvidada prevención de “riesgos contra la vida de los demás”, del siguiente modo:

1. “Retraso en la partida”
-Cinco minutitos
2. “Retraso en el arribo”
-Nadie nos dijo en qué tiempo arribaríamos a La Paz
3. “Subieron pasajeros en el recorrido de la flota o bus (detalle lugar y cantidad)”
-Desde la salida, paró dos veces: al dejar la terminal en Potosí y en Challapata. No tenía vista de rayos equis para ver fuera del bus.
4. “El bus excedió la velocidad de 80 Km. /h”
-Ni idea. Adentro no hay un velocímetro a modo de reloj público, o algo parecido.
5. “Existieron fallas mecánicas o de otra índole”
- El bus carreteaba y carreteaba, sin parar.
6. “Se suscitaron conflictos con los pasajeros”
-A más de la queja contra la calidad de la película, no.
7. “Los policías, ejercieron un efectivo control en el recorrido y/o trancas”
-Ningún policía subió al bus para preguntar a los pasajeros por nada. Ni nadie inspeccionó nada y ningún pasajero vio control externo.
8. “Existieron maniobras inadecuadas en su recorrido”
-Dormíamos. Nadie expresó una reacción parecido a pánico o susto.
9. “Cree usted, que el conductor tiene experiencia”
-El inspector de viaje no pidió la licencia de conducir a ninguno de los conductores y tampoco les tomó algún examen técnico, ni algún otro pasajero.
10. “El auxiliar o conductor, tuvo trato adecuado con los pasajeros”.
-Sus bramidos no molestaron a nadie, pero no preguntó a nadie la película chuta que difundiría en su destartalado televisor, ni siquiera el grado de volumen.
11. “Existieron pasajeros de pie o sentados en el pasillo central de la flota o bus”.
-Todos sentados, nadie en el centro, pero si en los dos buzones destinados a la carga.
12. “Se percató del consumo de alcohol de parte del conductor o auxiliares”.

-Tenían la cara abultada –seguro que por la coca mascada-; ni pedían que los pasajeros sintiéramos el aliento, ni los policías de ninguna tranca les sometieron al alcoholímetro.
Los cuadros del formulario destinados a las “sugerencias” quedaron en blanco, a si como el lugar en donde el policía de “origen” y el de “destino” debían firmar. ¿Para qué? ¿Quién lo haría cumplir?
En este viaje, tuvimos más suerte que la niña Ana Angélica. No tuvimos que morder ninguna manzana en medio de cadáveres y chatarra mortal.
El decreto supremo 0420 obliga a los choferes y operadores del transporte a presentar acreditaciones, a la policía a ejercer control de relevos en las trancas, al control social mediante la designación de un pasajero como “pasajero seguro” –con las mismas funciones que del “inspector de viaje”-, digitalización de las trancas –dos de ellas estaban alumbradas por mecheros-, pruebas de alcoholemias con equipos portátiles, prohibición de bebidas alcohólicas, etcétera, etcétera y con sanciones drásticas, como el perder para siempre las licencias de conducir.
Entre tanto, los transportistas y pasajeros continúan en viaje por las carreteras de la muerte, sin otro control que el deseo de llegar vivitos a destino final.

*Publicado para el Diplomado Periodismo de Investigación
Asociación de Periodistas de La Paz
2010

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