miércoles, 25 de enero de 2012

Doscientos años no son nada

Nótese que habla de la ‘impresión de papeles’. 
Por eso se llama ‘ley de imprenta’, no ‘ley de prensa’
 
La Razón / Fabián Restivo


 
En 1826, faltaban todavía 25 años para que naciera, en Edinburgo, Alexander Graham Bell. O sea que faltaban todavía más o menos otros 30 para que existiera el teléfono. Pero ya hacía tres años que había nacido Louis Pasteur, y faltaban aún 13 para que L. Daguerre presentara en público la primera fotografía fija, que se llamó “daguerrotipo”. Sin duda, el siglo  XVIII fue de gentes de avanzada. Inventores, creadores; gente que había tomado la posta de maravillas que le dejaron los pensadores del siglo XVII. Inquietos e innovadores, trataban de ver más allá y trabajaban sin descanso. Sabían que el tiempo los comía y no querían ser devorados sin dejar su nombre escrito en el mármol de “los adelantados”.
Después, gente con las mismas inquietudes y con otras herramientas creó la radio, la televisión, las grandes rotativas de imprenta que escupen diarios a una velocidad de pánico. Los teléfonos celulares, el internet, las primeras cámaras de fotografía “portátiles”, y de allí saltamos al vértigo que tenemos hoy: unos aparatitos apenas más grandes que supositorios donde se concentra todo: el poder de la comunicación absoluta al instante y a cualquier lugar del mundo. Sin duda fueron dos siglos de maravilla.
De hecho, en el mismo 1826, un grupo de personas brillantes redactó en Bolivia la Ley de Imprenta, que para esos años era una herramienta jurídica de avanzada. Se nota desde el principio cuál era el espíritu de esa ley: Artículo 1°.- “Todo habitante de Bolivia puede publicar por la prensa sus pensamientos conforme al artículo 150 de la Constitución, siempre que no abuse de esta libertad”. Artículo 2°.- “Se abusa de esta libertad: 1) Atacando de un modo directo las leyes fundamentales del Estado, con el objeto de inducir á su inobservancia; 2) Publicando escritos contrarios á la moral ó decencia pública; 3) Injuriando á cualesquiera personas sobre las acciones de su vida privada”.
Y en la parte de penas y restricciones, es igualmente lúcido: Artículo 10°.- “Ningún individuo puede hacer uso de su imprenta sin dar previo aviso á la policía del nombre del que la administra, y del título que hade llevar; así como poner en sus papeles el día y año de su impresión”. Artículo 11°.- “Los impresores están obligados á sigilar los nombres de los autores que publiquen sus papeles, cuando así lo soliciten, hasta el momento en que se reúna el 2do jurado. La infracción de este artículo, será castigada con la privación de administrar imprenta alguna por diez años”.
Nótese que habla de la “impresión de papeles”. Por eso no se llama “ley de prensa” sino “de imprenta”. Las penas, para la época, eran de verdad atemorizantes. Pero el mundo cambió, las nuevas tecnologías e inventos de los adelantados quedaron fuera de esta noble norma. Por lo tanto, las formas de ejercer la información también. De todos modos, la “ley de imprenta” no llegó ni a reglamentarse por las peloteras políticas del año 30. Una vez más las buenas ideas quedaron en papeles. Y envejecieron olvidadas de la mano de favores varios, hasta que alguien decidió que era una causa que, aunque inexistente como tal, servía como bandera de defensa de algunos intereses. Y que como toda bandera, no debía cambiarse.
Nunca termino de saber cómo se zanjó la discusión de cuándo ni dónde comenzó la modernidad, pero de una cosa estoy seguro: no es en este siglo, ni es en Bolivia. Hay datos que lo confirman.
De tal suerte que no hay que ser ni inteligente para darse cuenta de que  la Ley de Imprenta es una querida pieza arqueológica que deberían regalársela al Ministerio de Culturas para exponer ante la gente lo avanzados que eran en todo el mundo y en Bolivia, en el 1800, y dejar en claro, por comparación, lo atrasados, retrógrados que son hoy. Tanto, que piensan (o pretenden hacernos creer) que estos últimos 200 años no son nada.

00:01 / 10 de enero de 2012
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Foto: arumibolivia.net


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