Por BORIS MIRANDA
Publicado en la Agencia de Noticias Fides (Bolivia)
Bolivia es un país con excelentes investigadores
sociales, con solidez teórica y propuestas que nunca dejan de ser
creativas. No somos un polo de referencia del conocimiento
latinoamericano, sin embargo las distinciones y logros académicos
alcanzados por nuestros cientistas sacan muy bien la cara por el país.
El periodismo no se queda muy atrás. A pesar de los
variopintos hostigamientos y antipatías producto de nuestros
innumerables pecados y sobresalientes valentías, generaciones de
periodistas supieron tomar el pulso y leer los horizontes de época en
momentos políticos harto complejos en el país. Pienso en la Revolución
Nacional, las dictaduras militares y también, aunque ahora se polemice
mucho al respecto, en el proceso de cambio. Tampoco fueron pocas
excepciones los periodistas bolivianos que rayaron muy alto en el
complejo mediático mundial.
El periodismo es menospreciado por ser un oficio
profano. Por su misión informativa invade universos reclamados como
objeto de estudio de ciencias como la economía o el derecho. La vocación
pluralista y universalista del periodista (escribimos de muchos temas y
para públicos amplios) lo condena a la simplificación de asuntos
complejos. Y es esa suerte de desgracia virtuosa la que lo rezaga y
devalúa ante el resto del campo de producción de conocimiento.
Hagamos
una distinción. La primera misión del periodismo es la de informar,
aunque también se asumen como horizontes el educar, registrar y
entretener. Y, claro, armas relativamente más nuevas lo aproximan a la
posibilidad de interpretar y explicar. Siempre como producto de un
ejercicio periodístico y no como un saber científico acabado.
La sociología, las ciencias políticas, la historia o
la misma comunicación tienen objetos de estudio tal vez más ambiciosos y
métodos más especializados y de largo aliento. Y en esas
características encontramos los motivos por los que estas áreas de las
ciencias sociales obtienen mayor reconocimiento en diversos campos de la
sociedad; a pesar de que la jerarquización de las formas de
conocimiento también se puede entender como una forma de colonialismo.
En defensa del periodismo alegaré que también es un
universo de habilidades bien trabajadas y métodos que se renuevan y
verifican de manera constante. “El periodista es un especialista de la
mirada”, dijo una vez el colega argentino Carlos Ulanovsky y con ello
dio la talla del desafío cotidiano de un reportero. Sea un partido en el
mundial de fútbol o un desastre natural, el reto es tener los ojos bien
abiertos para encontrar la historia que otros miles de millones no ven.
Salir del resultado del partido o de la cifra de muertos y heridos para
aproximar al lector a las acciones y sensaciones que no tienen
parámetros cuantificables.
Y si conseguiste una historia que merece ser contada,
el siguiente desafío es redactarla para que también sea digna de ser
leída. Tampoco es tan fácil como muchos piensan. Articular oraciones con
ritmo y bien estructuradas, aprovechar los elementos que te da la
realidad para recrear escenarios o manejar los tiempos de una narración
son desafíos que están por encima de los aspectos metodológicos.
Pertenecen al universo de las artes más trabajadas. Marx tenía una
redacción compleja y con muchas ideas y categorías concatenadas, pero
preservaba la forma y nunca descartaba la ironía. A su modo, el alemán
cuidaba lo que después el periodista García Márquez reveló como su
método de escritura/lectura: “Calculo dónde se va a aburrir el lector y
procuro evitar que se aburra”. Sin la atención del lector, sea cual sea
nuestro oficio o profesión, no somos nada.
Una vez, una socióloga que critica más de lo que
produce me cuestionó una crónica por la ausencia de elementos en un
relato sobre mujeres y la historia reciente de Bolivia. Para lo que me
pedía habría necesitado todo el periódico, cuando en realidad sólo tenía
un par de páginas de espacio para desarrollar el tema. La síntesis es
una de las grandes habilidades del periodista, valor que a veces pasa
insospechado en otras disciplinas. A diario, un reportero tiene menos de
6.000 caracteres (con espacios) para cerrar un tema con elementos de
contexto, citas textuales, datos, cifras, contrapartes y reacciones. Una
nota está “redonda” cuando se puede leer y comprender en cualquier
lugar y en cualquier tiempo. A eso se aspira y no es nada fácil. Mucho
menos si el jefe te avisa que entró publicidad y te quedaste con la
mitad del espacio cuando ya terminaste tu texto. Todavía me pregunto si
esa socióloga habría logrado incluir todo lo que me reclamaba en menos
de 20 páginas.
El trabajo de campo también es una etapa en la que se
advierte la diversidad de habilidades entre un periodista y un
investigador social de otras disciplinas. El segundo llega armado de una
estrategia metodológica y un arsenal de técnicas diseñadas con
anterioridad, con tiempos de observación anchos y una hipótesis como
punto de partida de la investigación. El reportero tiene deadlines más
ajustados, tal vez mayor dispersión en cuanto al abordaje de la
problemática, menos estrategia y más instinto. Mucho oficio y libreta,
pero menos delimitación y plan.
Sin embargo, la mayoría de las veces el periodista es
más versátil ante escenarios imprevistos y su olfato está mejor
trabajado. En “cancha” los reporteros sufren menos. Su vista -su
especialidad- se enfoca más rápido y por eso caminan más seguros. Claro
que se van a equivocar muchas veces, pero prejuicios y descriterios se
dan en todas las disciplinas y ciencias.
En estos años he visto a politólogos desperdiciar
semanas de trabajo de campo en la etapa de establecer contactos,
mientras el periodista conoce de memoria los mecanismos y estrategias
para acceder a autoridades, dirigentes sindicales y policías o
militares. El cronista, además, tiene la sensibilidad y la paciencia
para quedarse hasta el final y comenzar a tocar puertas y ganar
confianzas cuando ya no quedan cámaras ni grabadoras, como recomiendan
los maestros de la palabra.
Un buen reportero no fuerza las respuestas, sabe cómo
aproximarse y uno de sus mayores talentos es identificarse con su
eventual interlocutor, sentir sus palabras y compartir sus
cotidianidades. No lo ve como una entrevista más que incorporar en los
anexos del paper académico, ni como una serie de valores a ser
tabulados. Toda persona tiene una historia excepcional para descubrir.
Un detalle más: la inmensa mayoría de los cientistas
sociales no podrá soñar jamás con tener el poder de la libreta de
teléfonos de un periodista.
“Hoy en día hay un sistema súper especializado, por
eso la narración a los cientistas sociales nos parece un mundo ajeno”,
explicó el sociólogo argentino Ariel Wilkis después de presentar el
libro “Las sospechas del dinero”, donde combina conceptos y teorías de
análisis sociológico y económico con el periodismo narrativo. En una
entrevista con el blog de Anfibia añade que “en la sociología conviven
múltiples formas de trabajo: producir material dentro del estilo
narrativo es una de ellas”. Sospecho que su lectura también se aplica a
la inversa. Aquellos que estamos más cerca del oficio de la narración y
la información no tenemos motivo alguno para renunciar a la explicación y
a compartir nuestro entendimiento de las cosas a partir de técnicas,
conceptos, teorías y herramientas metodológicas.
Para cerrar sólo me queda pedir que esta defensa de
mi oficio no se entienda como un agravio a los demás. El periodismo es
tal vez una de las profesiones más denostadas y, a la vez, sacrificadas y
desprendidas que hay. Quise aprovechar la semana en la que celebramos
nuestro día para hacer esta suerte de reivindicación de él. Conscientes
de nuestras limitaciones y negligencias como gremio, muchos colegas han
escrito sus nombres con letras capitales en la historia de la producción
de conocimiento de este país. Al final de cuentas, para todos, el
teclado es el mismo.