lunes, 27 de agosto de 2012

La ‘real malicia’ de los periodistas (El caso ANF, el caso que incomoda)

Nicolás Fernández Motiño 
* La Razón 

José Gramunt de Moragas es, además de periodista, abogado. Muy escrupuloso a la hora de escribir su columna ¿Es o no es verdad? Lo que dice es resultado de profundas meditaciones y consultas de sabios libros de su colección personal. En 1993, cuando recibía el Premio Nacional de Periodismo, pronunció algo que sacudió a muchos periodistas: “Contra la dictadura de la comunicación, la ética en la comunicación”.

Los que en el pasado trabajamos con él —previo examen de capacidades— aprendimos mucho más de este maestro del mejor oficio del mundo, como diría el Gabo. “No hay poder que no nos tema, no hay juez que nos juzgue, no hay moral que nos cohíba, no hay sabio que nos supere, no hay anciano que nos oriente, no hay prudencia que nos modere, no hay institución que nos encuadre (Poder y ética en el periodismo)”. Semejante reflexión del periodista jesuita debió tener alguna cabida en el periodismo de aquel tiempo.

Ahora, anciano con bastantes fuerzas, tiene un problema con el Gobierno por la interpretación del mensaje del presidente Evo Morales. El centro del asunto es si el redactor de la nota periodística escribió en el contexto de lo dicho por el Presidente o lo interpretó sin mayor esfuerzo intelectual: ¿los cambas son flojos?, ¿se mueren de hambre los que no trabajan? ¿Quién podrá dirimir lo que quiso decir o dijo Evo? ¿Cuál de las dos justicias, la penal o la de imprenta?

El Tribunal Constitucional Plurinacional sentó jurisprudencia con respecto a la libertad de expresión —límites y excesos— y dejó en claro que los delitos de la prensa contra servidores públicos —por asuntos vinculados al ejercicio de sus funciones; los personales van a la justicia ordinaria— deben ser resueltos por el Jurado de Imprenta (Ley de Imprenta de 1925).

El gran problema de la aplicación de este procedimiento judicial —en mi opinión generada por los periodistas que se resisten a reformar la Ley de Imprenta y la renuencia de los jueces de imprenta que no quieren asumir su responsabilidad— es que no funciona el Jurado de La Paz. Si el Presidente busca justicia en este inexistente tribunal, entonces, ¿qué tribunal o jurado debería hacerle justicia? ¿Qué tribunal o jurado podrá darle la razón a Gramunt de Moragas?

La materia justiciable. Unos ya tipificaron la conducta de ANF como “delito de calumnia” e “injurias”. Más bien pareciera ajustarse más a la técnica de la interpretación periodística, con efectos nocivos para la imagen presidencial o gubernamental. Este caso parece ajustarse a la doctrina de la “real malicia”, reconocida por los códigos de ética de los periodistas bolivianos y la normativa internacional sobre libertad de expresión, a su vez reconocida por nuestra Constitución.

La “real malicia” —nacida en 1964 del caso New York Times vs. Sullivan— se vincula a las ofensas de la prensa contra funcionario público, personajes públicos o personas particulares que voluntariamente entran a la esfera del interés público, mediante información difamatoria o inexacta. Si el ofendido demuestra que el periodista o medio de comunicación actuó con dolo, ánimo de injuriar, desprecio de la verdad o la veracidad, falta de diligencia o con negligencia, éstos debían ser sancionados civilmente.

El espíritu de la “real malicia” no es ajeno a la normativa boliviana; otra cosa es que sea desconocido.

La Declaración de Principios sobre la Libertad de Expresión (principio 10) dice: “Debe probarse que en la difusión de las noticias el comunicador tuvo intención de infligir daño o pleno conocimiento de que se estaba difundiendo noticias falsas o se condujo con manifiesta negligencia en la búsqueda de la verdad o falsedad de las mismas”.

La Declaración de Chapultepec: “La credibilidad de la prensa está ligada al compromiso con la verdad, a la búsqueda de precisión, imparcialidad y equidad…”.

El Código de Ética de la Asociación de Periodistas de La Paz: “Establecer la veracidad de las informaciones antes de su difusión, identificando claramente aquéllas que no estuviesen confirmadas”. Código de Ética de la Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia (ANP): “La veracidad de la información debe ser la primera condición imprescindible para su publicación. Los periodistas deben agotar todos los recursos lícitos para llegar a esa verdad o aproximarse lo más cerca de ella”.

La Constitución Política del Estado reconoce y garantiza el derecho de los periodistas y dueños de medios de comunicación al ejercicio de la libertad de expresión y, en contrapartida, impone el deber de “respetar el principio de veracidad y responsabilidad” mediante sus códigos de ética, la autorregulación y su ley (de Imprenta, se entiende).

Los periodistas forman parte de la esfera pública con derechos y deberes, entre ellos a defenderse. La Agencia de Noticias Fides optó también por este camino. En su portal se destaca espacios exclusivos dedicados al caso que dicen: Caso ANF: Los catorce adjetivos del Gobierno; Caso ANF: Carta de la Conferencia Episcopal a la Agencia Fides; Caso ANF: “flojo” y “flojera”, según la Real Academia; Caso ANF: Las polémicas palabras del presidente Morales.

Tengo la impresión de un portal convertido —de manera anticipada— en un tribunal de juzgamiento listo para iniciar un “juicio paralelo” como mecanismo de defensa. Y el “juicio paralelo” al juicio de imprenta u ordinario da para hablar en otro momento.

(*La Razón: Sala de Prensa - Animal Político)
(26-8-2012)

viernes, 24 de agosto de 2012

Travestismo: Adán se convierte en Eva


Columna Bizarra
Rosario Aquin Chávez, activista miembro del grupo de reflexión teórica Safo Queer.

Familia Galan (Bolivia)
De todas las subjetividades homsexuales GLBT y Queer, quizá la que con mayor fuerza ha desafiado la tolerancia social ha sido la subjetividad travesti. El travestismo ha sido y es perseguido por la ley, sin ser un delito. Los travestis son la subjetividad más intensamente humillada y despreciada por la homofobia familiar y colectiva. A tal punto llega este desprecio, que la única forma de existencialidad a la que se ha relegado a la comunidad travesti ha sido, tradicionalmente, la explotación sexual a manos de una hetersexualidad hipócrita y de doble moral.

¿Por qué el poder patriarcal neocolonial heterocentrado se ha ensañado con tanta violencia contra el travestismo? Porque el travesti lo ha expropiado y despojado de manera abrupta de su más caro objeto de deseo y de prosesión: la mujer. Y en su lugar, se ha eregido él, reflejo mimético de ese patriarca, de ese macho, de ese hombre universal. En un juego alucinatorio de transformismo hiperreal “Adán se transforma en Eva”, cobijado en aquella corporalidad tan particular y reconocida por el “hombre”, como cuerpo sobre el cual ejerce su poder de dominio y, por el cual también la seducción de su racionalidad viril no es más que grotesca carcajada: la mujer.

El hombre-travesti, a través de su transformación hiperreal en mujer, increpa los fundamentos más absurdos de una moral inventada a imagen y semejanza del androcentrismo degenerativo, perturbado e inquieto por sus propias pulsiones primitivas. El travesti es, a los ojos del heterosexismo, el exceso, el sinsentido, la aniquilación del yo, por la remisión a lo real. Lo real ya no es la representación de una realidad, sino su ilusión, su no ser.

El travesti atenta contra los límites impuestos socialmente a cada género, rompe los roles funcionales asignados por la cultura, y se coloca en un frontera liminar entre lo divino (desconocido) y lo humano. Aquello que los griegos llaman “hibris”, y que la mitología refiere para dar cuenta de la violencia de un incesto primordial, reservado al mundo oscuro y desconocido de los dioses.
 
Lo que aterra socialmente del travesti es su condición de mujer con pene, esa figura hermafrodita que tanto ha perturbado los deseos más íntimos de la humanidad, como completud a ser alcanzada; y que ha recorrido como espectro todas las culturas, desde las tradiciones griegas hasta el hinduismo.

La violencia contra el travesti es en sí una expresión de doble violencia: por ser hiper-mujer y por poseer ese pedazo de fragmento identitario-corporal negado que es su pene. Es esta negación lo que representa en él es el rechazo de su humanidad. El travesti, al negar su virilidad, está renunciando a su condición de humanidad, y por ende, es expulsado del paraíso patriarcal y es condenado al limbo, donde están desterradas no sólo las mujeres heterosexuales, sino también el resto de subjetividades transgresoras, que han osado desmantelar las imposturas de un sistema de normalización que no puede contener la putrefacción de su propia degeneración moral y ética.

(Tomado de La Razón, Intimidades, 13/8/12)