*Nicolás Fernández Motiño
Domingo 25 de junio de 1967. El presidente René Barrientos Ortuño decía en su “mensaje a la nación” sobre la operación militar en las minas de Siglo XX, Catavi, Llallagua y Huanuni: “Ni el primero, ni el segundo tiro partieron de las FF.AA., pero las primeras bajas fueron de nuestro lado. Y no se diga, cándidamente que los extremistas sólo querían divertirse en torno a las fogatas de San Juan; estaban bien armados de fusiles y dinamitas, como lo demuestra que hubo fuerte combate y numerosas bajas…”.
El 11 de julio de 2007, un militar, nacido en Llallagua, escribió así en “Mi testimonio sobre la noche de San Juan”: “Cerca a media mañana nos anoticiamos que una señora había sido hecha pedazos por la explosión de una granada de mortero. Curioso como todo niño, me escabullí del control de mis padres y corrí calle abajo (calle Arce) y vi parte de la carne de la señora salpicada en la pared de su casa; sus vecinos comentaron que se encontraba embarazada. Sucedió que ella se encontraba sentada en la acera de su casa calentándose al sol y justó allí cayó la granada. Durante muchos años permaneció la huella del hueco formado por esa explosión como mudo testigo de su horrenda muerte”.
El general Barrientos tiraba de la solapa de EE.UU. para enfrentar a la naciente guerrilla del Che y ejecutar las drásticas medidas económicas del “Plan Triangular” como el despido en las minas, disminución de salarios y eliminación de pulpería, entre otras. Cuando los mineros expresaron simpatías por las guerrillas, el presidente creía que se gestaba un peligroso movimiento armado coordinado entre la guerrilla y los mineros capaz de tumbar su gobierno; entonces, había que destruir ese semillero al precio que sea.
En septiembre de 2007, el niño testigo de aquel cadáver destrozado por el disparo de mortero, ya convertido en un alto oficial de Ejército –Diego Martínez Estévez-, reveló que el Comando de la II División envió “tres compañías de maniobra” que llegaron la medianoche del viernes 23 de junio a la estación de Cancañiri, la parte alta que conecta Siglo XX y Llallagua, con la misión de “capturar a los principales dirigentes mineros”, tomar el Sindicato de Mineros, la Radio La Voz del Minero, controlar a la población civil de Llallagua y “aislar” a las dos primeras poblaciones desde Catavi.
Los operativos militares se prolongaron hasta después del sábado 24. El periódico Presencia anoticiaba el domingo 25 sobre estas acciones: “Tras violento choque Ejército ocupó ayer Catavi y Siglo XX”, y añadía: “También fue ocupado el distrito de Huanuni y apresados varios dirigentes. Veintiún muertos y setenta heridos en los choques producidos en Catavi. Varios cadáveres no han sido recogidos todavía”. El Diario informaba: “Sangrientos choques en minas de la COMIBOL ocasionaron 16 muertos y más de 70 heridos”.
El mismo día, Barrientos culpaba: “Los rojos tienen a su haber una nueva jornada de violencia, de terror y de pugnas fratricidas”, y “… estamos ya en un estado de guerra internacional bien preparada, bien proyectada, bien financiada, mediante células de penetración comunistas que están actuando en todos los niveles de clase y de producción del país”.
El niño Martínez Estévez veía: “Mi barrio se encontraba entre dos fuegos. Años más tarde, concretamente en 1984, cuando ostentaba el grado de teniente supe que esos soldados y por espacio de unos quince minutos se disparaban entre sí”.
“Una ráfaga proveniente de El Calvario penetró por una de las dos puertas del piso superior de mi casa donde se encontraban los dormitorios de toda mi familia. Mi hermanita menor de dos años sintió un leve dolor en su brazo por el roce de un proyectil que se incrustó en la pared”.
Barrientos Ortuño machacaba en su discurso: “El Presidente que habla invitó a los mineros a la reflexión, al diálogo cordial para estudiar y solucionar sus problemas; la respuesta fue la burla y la negativa. Cuando la fuerza quiso hacer cumplir las decisiones de la autoridad, los extremistas asesinaron vilmente a un teniente del DIC, a un soldado, y se pusieron, y pusieron en fuga, no sin antes vapulear al resto de la patrulla del orden”.
Y Martínez militar no olvidaba las escenas sangrientas: “Una niñita de unos cinco años que jugaba en el interior fue alcanzada en su corazón, por un proyectil proveniente de El Calvario”. “Vimos a un campesino que transitaba por el “Río Seco” (río que separa a Siglo XX de LLallagua), trataba desesperadamente de evitar que sus intestinos se desparramaran por el efecto de un proyectil que seguramente le abrió su estómago”. “Vimos a una señora de pollera vestida toda de negro, acompañada de una señorita cubierta con un abrigo de color rojo; bajaban desde La Salvadora por el camino que enlaza con la población de Siglo XX; sobrepasaron por detrás de los soldados que continuaban cenando sus raciones. De pronto, cuando en su caminar se alejaron unos 60 metros, la mujer de abrigo rojo comenzó a rebotar cual si fuera una pelota; la señora seguramente su madre – corrió para agarrarla tratando de evitar que rodara hacia el río. No supimos de dónde provino el disparo, si de los soldados que estaban próximos a ellas o de algún tirador de la unidad dislocada en El Calvario”. “Me relató una de mis hermanas (que) de uno de los grupos de prisioneros, uno de ellos intentó escapar y no corrió mucho trecho porque un soldado le disparó por la espalda y el cuerpo del infortunado minero rodó hacia el denominado río Seco”.
“No estoy inventando nada”
El gobierno de Barrientos y las Fuerzas Armadas hacían esfuerzos por convencer que los “enfrentamientos” en las minas fueron planificados por partidos políticos –incluso de la derecha- y los sindicatos mineros, para apoyar a las guerrillas, provocar una guerra civil, derrocar al régimen, declarar “territorio libre” a Bolivia e instaurar la “dictadura del proletariado”.
“No estoy inventando nada”, dijo Barrientos. “Los rojos habían planeado el ataque y la toma del cuartel de Lagunillas, para desmoralizar a las FF.AA., capturar armamento e iniciar la guerra civil en gran escala” y “fue entonces que tuvimos que ordenar el ingreso de las tropas en las minas, para cortar de raíz el movimiento subversivo”.
¿Barrientos no estaba inventando nada? Es de rigor militar y policial registrar, documentar y archivar las operaciones ejecutadas, secretas o no. La “masacre de San Juan” de junio de 1967 se encuentra en este rango. Así se deduce de las revelaciones que hizo desde el 2004 el niño testigo Diego Martínez Estévez, hoy coronel y Académico de Número en la Academia de Historia Militar, sobre la base de documentación reservada al que tuvo acceso en archivos militares clasificados no accesibles a los civiles (http://martinezestevez.wordpress.com/page/24/).
Los militares, incluyendo a Barrientos y sus asesores estadounidenses, trazaron o montaron -difícil saber si antes o después del operativo en las minas, dado que el mensaje del Presidente no resultaba creíble ante la matanza- el siguiente escenario o teatro de operaciones (resumido del relato de Martínez):
1. Configuración de hechos insurreccionales influenciados por los dirigentes mineros Simón Reyes, Isaac Camacho, René Anzoleaga, Fidel Aróstegui, Julio Renterías, Rosendo García Maísman y otros.
2. Declaración de “territorios libres”, derrocamiento de Barrientos a cargo del PCB, POR, PRIN y MNR, e instauración de un gobierno socialista.
3. Libretos subversivos difundidos por las radioemisoras mineras.
4. Apoyo económico a la guerrilla de Ñancahuazú y compra de medicamentos, alimentos y armas.
5. 20 mineros asisten al “Curso de guerra de guerrillas dictada en Catavi y Siglo XX, más unos 200 provenientes de Catavi y Siglo XX”.
6. El POR y el PCB “pequinés” acuerdan organizar las guerrillas en la zona minera, con 17 fusiles Máuser, 6 fusiles M-1 y cierta cantidad de granadas caseras, dinamita y artificios de lanzamiento, fabricados clandestinamente en la Maestranza de Miraflores y escondidos en el nivel 70 de la mina de Siglo XX.
7. Plan de captura de una unidad militar en Miraflores, con 20 “desocupados” entrenados en el Nivel 70 de la mina de Siglo XX y que habían recibido “Adoctrinamiento Político, Terrorismo, Combate en Localidades y Tiro”; contaban con fusiles Máuser, fusiles M-1, pistolas ametralladoras, granadas de mano caseras, morteros rudimentarios fabricados en la maestranza de Miraflores.
8. Asalto del cuartel de Miraflores la noche de San Juan, y en sucesión el “Puesto Militar La Granja”, el “Campamento Lagunillas”, el “Campamento No. 2 de Chuquita” y el “Puesto Comando del Batallón de Rio Colorado”; y con el material bélico ocupado, debían tomar los cuarteles en Oruro.
“La gota que colmó el vaso para decidir al Alto Mando la ocupación militar de las minas el 24 de junio de 1967 –según Martínez Estévez-, fue el radiograma expedido por el Comandante del Batallón de Ingenieros que construía el puente sobre el río Lawa Lawa sobre la carretera Uncía – Sucre, mediante el cual informaba del inminente ataque a su campamento la noche del 23 de junio. Otro factor que influyó en tan gravísima decisión, fue el hecho que en el en el mes de mayo fueron capturados en Camiri cuatro mineros quienes intentaban enrolarse en la guerrilla del Che Guevara. Con estos hechos, aparentemente ligados a un comando único de organización y conducción de la guerrilla altiplánica y selvática, no quepó duda alguna para que el Comando de las FF.AA. ordenara desarticular la subversión minera”.
Y Barrientos ordenó: “Las FF.AA. se mantuvieron prudentemente en sus cuarteles, hasta que la extrema necesidad obligó a su Capitán General y Alto Mando a ordenarles que repusieran el orden institucional el principio de autoridad. Ellas han cumplido, una vez más, con su deber y merece la gratitud de la Patria”.
Los militares registraron en sus archivos clasificados las siguientes bajas en la “masacre de San Juan”:* (Publicado en Revista 7 Días - Cambio domingo 23 de junio de 2013)
Bajas militares, muertos: dos soldados; heridos: siete. Bajas de carabineros, muertos: 1; heridos: cuatro policías. Bajas civiles, muertos: 12 entre mineros y “familiares”; heridos: 35 entre mineros y “familiares”.
“Con la Patria o el comunismo. No hay otro dilema. Yo mantendré la ley y el orden público a cualquier precio”, advirtió el general Barrientos Ortuño; y cumplió, habría más muertes de mineros.
Los archivos militares clasificados deben ser abiertos al público para la búsqueda de la verdad histórica, si acaso estos documentos reflejan tal veracidad y no resultan inventos para encubrir y justificar aquellos crímenes de lesa humanidad cometidos en el pasado. El esclarecimiento de los violentos sucesos políticos militares es una forma de rendir homenaje a las víctimas de masacres como las de San Juan de 1967.